Esta colorida obra del catalán Joan Miró, que se puede visitar en el Museo Reina Sofía de Madrid, data de 1917 y me encantó desde el momento en que la vi. Si me concediesen el deseo de escoger un cuadro del museo como regalo de cumpleaños, este sería el primero o de los primeros que me llevaría a casa. Me parece de lo más alegre, original, decorativo, mágico...
Viéndolo, me entran al instante ganas de ir a ese magnífico lugar de ensueño, donde todo es felicidad, alegría, juego... Pues bien, esto es posible: Siruana existe realmente. Es un pueblecito situado en la parte baja de la Sierra de la Gritella, en Tarragona, España. Cuenta con un paisaje espectacular, con vistas al río de Siurana y su embalse.
Ahora bien, observando una fotografía del paisaje real que plasmó Miró en su obra, me doy cuenta al instante de que realmente el mundo mágico y divertido que retrataba Miró, estaba solo en su imaginación. Por desgracia no existen las montañas multicolores, con árboles de estrambóticas formas y miles de caminos serpenteantes en forma casi de laberinto...
El paisaje real de Siruana, aparte de su innegable belleza, es un paisaje normal y corriente: con árboles verdes, zonas más o menos secas, más o menos curvas, y más o menos altas... un paisaje del planeta tierra.
¿Pero, por qué conformarse con lo banal, si Miró puede llevarnos a un mundo extraordinario? No hubiera tenido tanta gracia este cuadro, si el pintor catalán hubiese decidido plasmarlo de una manera totalmente realista, como tan bien visto estaba entre la academia en España a principios de siglo XX.
No todo el mundo se hubiese atrevido a pintar tan libremente un paisaje, cambiando tanto la formas y los colores reales como hacía Miró... Y es que él era atrevido. Miró pintaba con la imaginación de un niño: algunos le llamaban fauvista, algunos decían que su pintura era torpe y que si pintaba así, era porque pasaba tanta hambre que le hacía tener alucinaciones...
Pero ¡que alegria que pintara así de colorido este paisaje! Cerrando los ojos, me imagino por un instante que realmente existe el multicolor camino en las montañas de Siruana... Sí, ya puedo verme allí, oliendo miles de fragancias diferentes, una por cada árbol de distinto color ... de sabrosos aromas y frutos. Me encuentro tumbada en el césped de color verde savía, con los ojos aún cerrados, despertándome de una dulce siesta que me he dado a la sombra de un frondoso pino, después de haberme tomado un delicioso picnic para culminar la mañana de paseo. Poco a poco, voy abriendo los ojos. Aún no doy crédito al volver a ver donde estoy. "Esto es el paraíso" es lo que pensé cuando llegué, como de casualidad, al mágico camino de Siruana. Estaba dando un paseo en coche por los alrededores de Tarragona, a donde había ido a pasar unos días para visitar a Artur, un viejo amigo de la familia. Al llegar a un pueblecito llamado "Siruana de Prades" decidí aparcar y bajarme del coche. Hacía un día glorioso y necesitaba estirar las piernas un poco, así que me puse a caminar por un camino rodeado de frondosos árboles. Estaba tan a gusto... algo me llamaba a seguir y seguir avanzando, cómo si hubiese un premio al final del camino. Tal vez eran los extraordinarias fragancias de los árboles multicolores que, al cabo de una hora, tras atravesar una cueva natural, descubrí maravillada. ¡Tenía que estar soñando! Un poco indecisa, observé todo a mi alrededor. No sabía si era real. Y si lo era, no sabía si me estaba permitido a mí estar allí. No había nadie más que yo. Estaba sola rodeada de miles de árboles de tonos y frutos que no había visto jamás... Algo me incitaba a quedarme allí, se estaba en la gloria... aunque por otro, me daba respeto: pensaba que estaba alucinando. Así que, con mucho esfuerzo, conseguí dar media vuelta y deshacer el camino que había andado hasta llegar a ese paraíso... Al llegar al coche, aún no sabía bien qué era lo que acababa de pasar. Arranqué y volví pitando a la casa de mi amigo, a media hora del misterioso pueblecito de Siruana. No me atreví a comentarle nada a Artur de lo que había vivido esa mañana. Pero, por la noche, en la cama, no podía dormir pensando en que necesitaba volver para comprobar que realmente aquello había sucedido... Finalmente, caí en un profundo sueño, y cuando desperté por la mañana, le pregunté a Artur si le importaba que me preparase un picnic para irme a comer a la montaña. Naturalmente, él me dijo que por supuesto que no, y que sentía no acompañarme, pero que él ya estaba muy mayor para esas cosas... Aliviada, marché con el coche de nuevo hasta el mirador en donde había aparcado el día anterior, a la entrada del bonito pueblo... Fui avanzando por camino ya por mi transitado, con mi cesta del picnic colgándome del brazo, hasta llegar, con el corazón encogido, a la cueva pasadiza. Me armé de valor, y la traspasé, con los ojos cerrados. Temía que al abrirlos, descubriese un paisaje normal y corriente en vez del onírico espectáculo de color que había contemplado el día anterior. Tal vez alguien me había drogado... Conté hasta tres y los abrí. Al principio, borroso, luego ya más nítido del todo: el paraíso que había descubierto hacía veinticuatro horas, seguía allí. ¡No me lo podía creer! ¡Estaba feliz! Eché a correr camino adentro, como una niña con zapatos nuevos. En cada esquina, me iba parando a contemplar la naturaleza surrealista en la que me encontraba. Árboles frutales por mí jamas vistos, césped de todas las tonalidades posibles de verde, frondoso y lleno de amapolas... Colinas con tonos rosados, incluso malvas ¡Quería conocerlas todas!
Así, pasé un día mágico, yo sola rodeada de toda esa naturaleza de ensueño, probando frutas de sabores que no había conocido en la vida... Cuando tuve que volver a casa, ya quería regresar... Decidí que lo mantendría en secreto. Sabía, que si había llegado hasta allí, había sido un regalo del destino y que no se le concedía a cualquiera...Desgraciadamente, al día siguiente, ya me tocaba volver a mi ciudad. Me despedí de Artur dandole las gracias por la maravillosa semana en su casa que había pasado, y le prometí regresar al año siguiente. Y por ello, estoy hoy aquí, tumbada en el mágico camino de Siruana, un año después desde que lo descubrí. Recién despertada de la siesta bajo un pino, aun sigo dando las gracias, a quien sea o a lo que fuera, que me llevó a este lugar secreto....
Bueno, después de todo este párrafo... así es como me imagino yo al ver este magnifico cuadro de Miró, uno de mis pintores favoritos. "Siruana, el Camino" me teletransporta a ese paisaje mágico de ensueño, en el que todo es paz y felicidad, con exóticos sabores, olores y sonidos... ¡Ojalá se pudiese vivir esa experiencia de verdad!